Cada vez que veo un sello me acuerdo de él. Le conocí hace ya muchos años, tantos que ahora ya es octogenario. Toda una vida coleccionando esas pequeñas estampillas, dibujadas, coloreadas, llenas de recuerdos. Las más antiguas, recuerdos de un niño que se fue a estudiar lejos de su familia, a Burgos. O de quien estuvo cumpliendo el servicio militar en Valladolid, o trabajando en Benavente o licenciándose en Granada…
Muchos de aquellos sellos provenían del estanco o de la estafeta de correos, según lo difícil que fuera la colección. Otros muchos, eran recortados con mimo del sobre en el que se encontraban pegados. Después se ponían en remojo para despegarlos, se secaban entre hojas de periódico y se archivaban en un álbum, ordenados por antigüedad, valor, procedencia, etc.
El “coleccionista de sellos” comprendió a lo largo de los años que un rey con pelo cuesta mucho menos que uno con amplias entradas, aunque su valor fuera el mismo; observó cómo los motivos de los sellos iban cambiando: antes estaban dedicados con frecuencia a grandes monumentos o momentos históricos; ahora a razones de conciencia social y similares.
Recuerdo que muchas tardes se ponía sus gafas, encendía con decoro su pipa, se servía alguna copa fresquita y abría alguno de sus álbumes favoritos. Y se quedaba mirando, pensando, recordando…
Pero no todo es lo que parece. Un día comprendí que los sellos que contemplaba con más asiduidad eran los sellos usados, los que tenían restos de matasellos. Aquel álbum era realmente una colección de matasellos y no de sellos. Cada matasellos, limpio, de tinta fina, recordaba un lugar al que había viajado, porque aquellos sellos se los había enviado a sí mismo en cada uno de sus múltiples viajes. Desde Ávila tenía un sello con la muralla, desde Toledo otro con la Catedral, desde Sevilla varios con muchos de sus monumentos, desde Barcelona, Madrid, Castellón, Zaragoza, Badajoz o La Coruña. No había lugar en España que se resistiera a aquella colección de matasellos. O de viajes.
Un buen día, este humilde viajero que ahora escribe, pensó que sería buena idea participar en aquella colección enviándole una carta desde los lugares por los que pasara. Una pequeña aportación. Y además se haría una foto con su motocicleta en algunos de los monumentos que alguna vez hubieran sido motivo filatélico. Y así fue.
Y ahora, aunque hayan pasado tantos años, cada vez que veo un sello, Padre, me sigo acordando de ti.
Tio eres un fiera. Un abrazo McBauman.
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