Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Estrellas mentirosas



Cae el sol en el desierto mauritano.
El cielo es un espectáculo de impresionantes colores.
El intenso azul, va dejando paso a un montón de azules, cada vez más suaves, que terminan tornándose amarillos, naranjas, casi fucsias... hasta que, sin darme cuenta, ya es de noche.
Y empiezan a asomarse, primero tímidamente, las estrellas. 
Hay tantas que podría pasarme toda la noche contándolas y aún me faltaría medio cielo.
¡Pero quién quiere contarlas! Disfrutar de este privilegio, tumbado en la arena, sonriendo al cielo, escuchando el silencio, es más que suficiente.

Mañana, volverá a salir el ardiente sol que castigará mi casco y con la canícula, en algún momento, pararé y recordaré si alguna vez ha sido verdad esta noche, hermosa, fresca, tranquila, llena de estrellas... y dudaré si no ha sido todo mentira.






Y aquí tumbado, me ha dado por acordarme de un amigo. Porque yo tenía un amigo. O eso creía.
Era la persona más divertida, ocurrente y positiva que podías echarte a la cara. No había anécdota que no le hubiera sucedido a él, anécdota de la que hubiera salido airoso, anécdota de la que morirnos de risa. A cada carcajada que echábamos, a cada abrazo que nos dábamos, nacía una estrella en el cielo. Era un cielo hermoso, lleno de estrellas de millones de colores.

Pero un día, ya no recuerdo cómo, empezó a salir el sol y a ir apagando estrellas. La claridad del día me iba haciendo ver que todo había sido mentira. Cada palabra, cada anécdota, cada abrazo, cada sonrisa, cada kilómetro... todo era fruto de la imaginación, de la exageración, de la altanería, de la mentira. Como nuestra amistad, porque no puede haber una amistad basada en el insulto que supone mentir continuamente.

Así que esta noche, tumbado en la arena, sonriendo al cielo, escuchando el silencio, siento una lágrima, amarga y sincera, que recorre mi mejilla.

Pero mañana, el intenso azul, irá dejando paso a un montón de azules, cada vez más suaves, que terminen tornándose amarillos, naranjas, casi fucsias... hasta que, sin darme cuenta, ya sea de noche.
Y empiecen a asomarse, primero tímidamente, las estrellas. 
Porque mis estrellas, amigo, siempre eran de verdad.