Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

martes, 2 de diciembre de 2014

El lago de los sueños y el baobab










Le eché morro y en aquel momento decidí que aquel baobab era mío. Y al orondo árbol debió parecerle bien, puesto que nada dijo. Yo me comprometía a acordarme de él todos los días, por muy lejos que estuviera y a dejárselo a cuantos quisieran ir a por él. El baobab se comprometía a seguir siendo un baobab toda su vida.


Yo nunca había visto un baobab, o, al menos, no me acordaba, así que cuando avisté uno por primera vez sonreí, primero, y me reí, después.
Luego, vería muchos, muchos más.

Llevaba ya varias jornadas buscando su distinguida silueta por el horizonte, desde que al sur de Mauritania, el desierto seco, pelado y arenoso, se fue tornando en un paisaje algo más verde, con arbustos primero y un montón de acacias después para, a pocos kilómetros del río Senegal, transformarse en más verde que seco a pesar de la omnipresente arena.
Incluso palmeras aparecían, pero, del árbol gordinflón, ni rastro.

Hasta que, en un momento cualquiera, cuando estaba más atento por encontrar el cruce que me debiera llevar hasta el Lago Rosa, apareció mi primer baobab… Sonreí, detuve mi motocicleta y permanecí un buen rato a su vera, ensimismado por el enorme diámetro de su tronco, cachondeándome de lo ridículo de sus ramas, recordando que era cierto cuanto había leído acerca de él, del árbol que pareciera estar al revés, con las raíces hacia fuera, hacia arriba, del árbol del que, si vives en un asteroide y lo dejas crecer, no podrás  liberarte jamás.

Que le pregunten al Principito.









Cuando me quise dar cuenta, había pasado más de una hora allí, junto al baobab, donde apenas había nada más, donde no había mucho que hacer sino estar, estar junto a él, junto al baobab, junto a mi baobab… no todos los días uno está con su baobab.

Entonces pensé que, tal vez, fuera el momento de arrancar la moto en pos del famoso Lago con el que tantas veces había soñado, al que tantas veces había imaginado llegar a lomos de una motocicleta (o de un camión molón lleno de baobabs de juguete)… y me di cuenta de que no quería irme, no quería tachar uno de mis “lugares a los que ir antes de morir” porque estaba siendo muy divertido llegar, porque yo siempre he querido ir al Lago Rosa.
Así que alargué un rato más mi sueño y me entretuve soñando que soñaba con lo chulo que debe ser llegar al Lago Rosa. Total, como dicen en Islandia, llegarás a tu destino aunque viajes muy despacio.
Y me quedé junto a mi baobab.


Ahora que han pasado algunos meses, cumplo mi palabra y, por muy lejos que esté, me acuerdo de él todos los días. Del momento en que le eché morro y decidí que aquel precioso baobab era mío.
Contra todo pronóstico, nadie ha venido a reclamarlo. 




viernes, 19 de septiembre de 2014

Estrellas mentirosas



Cae el sol en el desierto mauritano.
El cielo es un espectáculo de impresionantes colores.
El intenso azul, va dejando paso a un montón de azules, cada vez más suaves, que terminan tornándose amarillos, naranjas, casi fucsias... hasta que, sin darme cuenta, ya es de noche.
Y empiezan a asomarse, primero tímidamente, las estrellas. 
Hay tantas que podría pasarme toda la noche contándolas y aún me faltaría medio cielo.
¡Pero quién quiere contarlas! Disfrutar de este privilegio, tumbado en la arena, sonriendo al cielo, escuchando el silencio, es más que suficiente.

Mañana, volverá a salir el ardiente sol que castigará mi casco y con la canícula, en algún momento, pararé y recordaré si alguna vez ha sido verdad esta noche, hermosa, fresca, tranquila, llena de estrellas... y dudaré si no ha sido todo mentira.






Y aquí tumbado, me ha dado por acordarme de un amigo. Porque yo tenía un amigo. O eso creía.
Era la persona más divertida, ocurrente y positiva que podías echarte a la cara. No había anécdota que no le hubiera sucedido a él, anécdota de la que hubiera salido airoso, anécdota de la que morirnos de risa. A cada carcajada que echábamos, a cada abrazo que nos dábamos, nacía una estrella en el cielo. Era un cielo hermoso, lleno de estrellas de millones de colores.

Pero un día, ya no recuerdo cómo, empezó a salir el sol y a ir apagando estrellas. La claridad del día me iba haciendo ver que todo había sido mentira. Cada palabra, cada anécdota, cada abrazo, cada sonrisa, cada kilómetro... todo era fruto de la imaginación, de la exageración, de la altanería, de la mentira. Como nuestra amistad, porque no puede haber una amistad basada en el insulto que supone mentir continuamente.

Así que esta noche, tumbado en la arena, sonriendo al cielo, escuchando el silencio, siento una lágrima, amarga y sincera, que recorre mi mejilla.

Pero mañana, el intenso azul, irá dejando paso a un montón de azules, cada vez más suaves, que terminen tornándose amarillos, naranjas, casi fucsias... hasta que, sin darme cuenta, ya sea de noche.
Y empiecen a asomarse, primero tímidamente, las estrellas. 
Porque mis estrellas, amigo, siempre eran de verdad.

jueves, 10 de julio de 2014

Kilómetros de colores


Todo el mundo que lo sabe, sabe que me encantan los aparatitos electrónicos con un montón de electrónica. Como mi teléfono supermolón. 
Es mi bastante fiel compañero de viajes desde hace ya algunos. Si se me ocurre un viaje chulo, con él navego por la red; si se me ocurre un destino interesante, investigo en sus mapas; si se me ocurre una foto divertida; con él la hago y comparto; si se me ocurren dos líneas ocurrentes, en él las anoto para nunca olvidarlas…

Pero desde hace algún tiempo hay algo que no funciona, especialmente con las pocas líneas ocurrentes que se me ocurren. Miro la triste y fría pantalla de mi teléfono supermolón, leo y… ¡y no me apetece seguir escribiendo!

Y con el ceño fruncido como protesta por las pocas musas que salen a mi encuentro, me acordé de las páginas en blanco de mi vieja libreta de los viajes… de las tardes que pasaba emborronándola en la terraza de La Torre, escondiendo viajes entre hierbas ibicencas… recordé las noches de Estambul, anotando kilómetros entre té y té…  de las líneas que escribí al norte de Rovaniemi mientras, fuera, no dejaba de nevar aquel otoño… de los dibujos en Inverness, esperando que asomara el monstruo… de las dunas de Merzouga, de la luz de Reikiavik, del silencio de Mauthausen yo me acordé… 



                                                             (sugerentes vistas desde el Hostal La Torre)



Así que trasteando entre cajones llenos de guías, monedas, mapas, tickets, posavasos y jabones encontré mi vieja libreta, a la que aún le quedan algunas páginas en blanco.

Blanco era el casco que me regaló un amigo hace, ya, algunos meses. Blanco… demasiado vacío de kilómetros, así que decidí llevarlo a un cementerio de colores blancos, donde Alfonso “El Tejo” se encargó de camuflarlo con todos los felices colores que están pasando por mi cabeza en este momentos. Los colores con los que espero emborronar mi vieja libreta, dentro de unos días, con un montón de kilómetros.
De kilómetros de colores.

Claro.





miércoles, 2 de abril de 2014

Billow y las lágrimas de cocodrilo




Los cocodrilos, cuando se van a zampar la merienda, lloran.
Hay científicos mundiales que aseguran que no lo hacen por una pena muy triste al devorarse a su presa, sino para mantener húmedos sus ojos fuera del agua.
Yo, que nunca he tenido un cocodrilo en mi vida en este planeta, no lo tengo tan claro, pero tampoco me voy a poner a discutir ahora.



La SESTRIONA







La semana pasada me separé de la Sestriona, sin duda, la mejor moto que he tenido nunca. La más potente, veloz, fina y bonita. Tan, tan, tan buena era y hacía todo tan bien, que no consiguió enamorarme…
A mí me gusta más ir despeinado por la vida. Se siente.
Así las cosas, cuando la estaba acicalando para despedirme de ella, florecía en mí algo de pena… aunque realmente estaba muy contento.
Y mirando las gotas de agua depositadas sobre su escudo, me acordé de las lágrimas de cocodrilo.







ÁURYN













Hace unas horas me he despedido de Áuryn. Mi mejor Adventure. Hasta la fecha. Al menos ha sido la única de las tres que no ha intentado matarme.
Pero el tiempo no pasa en vano y 128.000 kms… se terminan notando.
Siempre la recordaré levantando polvo volcánico en Islandia, presumiendo chula en Moscú, viendo amaneceres en Noirmoutier, llorando en Auschwitz o contemplando bellos atardeceres en Malta.
Y con ella han ido las vetustas maletas decoradas con más de 50 banderas… Toda Europa. Toda Europa… se dice pronto.
A dos de las mujeres que más quiero en este mundo, se les escapó una lagrimita al despedirse de Áuryn.
Aunque han terminado sonriendo.










Es azul.
Como el mar más hermoso que haya visto nunca.
Fuerte, gigante, violenta… ruge como algunas olas que vagan errantes por el mar despidiendo columnas de gotas al cielo. O de lágrimas.
Tan rápida, tan gigante, tan musculosa, tan azul… tan hermosa.
En los países nórdicos las llaman “billow”.

Es por eso.