Según
una milenaria tradición japonesa, las cicatrices de una persona son parte de su
historia, representan un momento único en su vida y mostrarlas debería ser
motivo de orgullo. Hay cicatrices que consiguen hacer a una persona más bella,
pues pueden contar una bella historia. También pueden reflejar la torpeza de
algún acto o decisión de su vida.
Las
cicatrices son así.
Cuando,
después de mi segundo accidente en Kenia, me levanté del suelo, rápidamente
comprobé que en mi ánimo iba a quedar una cicatriz.
No
sentía ningún nuevo dolor, más allá de volver a ver a la Caprichosa, digo
Misionera, nuevamente con los bajos a la vista.
Moví
la rodilla y cadera izquierdas para comprobar que las lesiones de mi primera
caída no hubiesen dejado de evolucionar tan favorable y rápidamente como lo
estaban haciendo hasta el momento. Todo estaba bien.
La
moto de Charly tampoco parecía tener mayores desperfectos. Una nueva cicatriz
que algún día nos hará sonreir, pero de una de sus maletas, gota a gota, se iba
desvaneciendo una botella de Amarula. Con cada gota, se fundía aún más mi
ánimo.
Llamé
a Polo, otra vez, para que diera media vuelta.
Volvió
y entonces, otra vez, todo empezó a ser un poco más fácil.
El
viaje, fascinante viaje, sin moto, continuaba.
Pero
para que lo entiendas mejor, en cuanto vuelva a casa tendré que explicarte todo
desde el principio de los tiempos.
Aunque tengas que esperar aún unos días.
Aunque todavía me duela mi nueva cicatriz.
Mi
cicatriz masai.
Si no sales de casa, probablemente, no lucirás cicatrices.
ResponderEliminarDeberías empezar contando el principio de los tiempo, sí, y lo del fascinante viaje, sin moto, sí.
Ah, y no te olvides de contar si al final fueron a por otro elefante....o ya pararon.
Un abrazo!
Jaja, gracias!!!
EliminarMientras se puedan contar, bienvenidas sean las cicatrices. Quien tiene alguna, tiene algo que contar :-D
Si esas maletas hablaran....
ResponderEliminarEsas maletas guardan historias de oro ;-)
Eliminar