Llegó hasta Albacete dando saltos de alegría contagiosa, de foto en foto, de risa en risa, de brindis en brindis. Era imposible no sonreír al verle. Llevaba zapatillas de papel de plata...
No quise molestarle y retrasé el saludo para cuando se quedara a solas, pero él nunca estaba a solas. Nunca le saludé, nunca le abracé, nunca me reí con él, nunca me lo perdonaré.
Siempre que estoy muy contento de alegría me apetece pegar un brinco. Y tocar la bocina en los túneles partiéndome de risa por dentro del casco. Así que en Islandia, entre hermosas cataratas, espectaculares glaciares, majestuosos volcanes y maravillosas puestas de sol no paré de saltar junto a mi muy amigo Juan. Algunos de los mejores saltos de mi vida los recuerdo en aquella derretida y preciosa isla rodeada de ballenas y frailecillos.
Un día, en Gullfoss, vi un reflejo en el cielo. Un brillo plateado iba saltando de nube en nube. Y aquella ruidosa catarata se llevó un millón de lágrimas hasta el océano. Y aquellos brincos dejaron de ser un regalo para convertirse en homenaje... Nunca le saludé, nunca le abracé, nunca me reí con él, nunca me lo perdonaré.
Hacía mucho que no les veía. No importó. Un saludo, un abrazo, una sonrisa... y ya todo era como antes. Ellos me hablaban de Es Vedrá y yo les enseñaba tres gasolineras cerradas. Ellos me hablaban del verano y yo les llevaba hasta montañas nevadas. Ellos intentaban arrancarla y yo les empujaba cuesta abajo. Frente a la chimenea nos quedábamos en silencio. En el cruce de despedida también. En ocasiones, no hace falta hablar, se me nota la felicidad.
La que sí hablaba era una morena que conocí hace no demasiado tiempo. Se peinaba a lo garçon. Ojos oscuros como el fondo del mar aunque brillaban como la luz de los faros a medianoche. Mientras ella hablaba y hablaba yo, aprendiz de sinvergüenza, miraba y miraba. Una noche le dije que no la besaría nunca. No debía hacerlo. Empecé a echar de menos sus besos.
Entonces me di cuenta de que aquel reflejo, tal vez, no fuera el brillo de un faro, sino el de unas zapatillas de papel, de papel de plata.
Y la volví a mentir.
Y ahora, cada vez que arranco mi moto, paso la mano por su costado y le saludo, le abrazo y me río con él. Espero que me haya perdonado.
Has vuelto, te echaba de menos. Moraleja: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Genial.
ResponderEliminarEsa es la cosa Arantza, esa es la cosa
EliminarYo no te miento si te digo, no pares nunca de dar saltos. Estoy seguro de que lo ha hecho.
ResponderEliminarY cuando algún día, dentro de mucho tiempo, yo también pare, espero que alguien los siga dando por mí
EliminarEso, querido Mc, ni lo dudes...
EliminarBravo Mc !!
ResponderEliminarNadie desaparece del todo mientras alguien lo lleve en su recuerdo, y que mejor sitio que ir montado a lomos de tu moto.
ResponderEliminarÉse es el secreto de la inmortalidad, sin duda
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarjoder que bonito Mc!!!!
ResponderEliminarbueno, yo sólo cuento lo que me pasa ;-)
EliminarLeo para mi en voz baja,
ResponderEliminarleo para mis mayores en voz alta.
Todos juntos miramos al cielo y algunos vemos el reflejo plateado.
Has tardado mucho, te echábamos de menos
He tardado pero me quedo una temporada larga ;-)
EliminarSalta y no pares, amigo. Salta, salta y el seguirá saltando.
ResponderEliminarBonitas palabras y bonitos sentimientos.
Un saludo.
Gelu.
Saltemos todos!!!
EliminarPrecioso, amigo... Estoy segura de que jamás ha dejado de saltar. Él saltaba cuando era feliz y nunca por encargo. Estoy segura que cuando te ha leído, ha dado uno de sus mejores saltos, aunque nunca pudiera preguntarte tantas cosas que te quería preguntar. Un beso muy fuerte
ResponderEliminarél ya sabía la respuesta ;-)
EliminarEres muy grande y con unos sentimientos aun mas grandes. Puede estar orgulloso de ti allá donde esté. Un beso!
ResponderEliminarTú me lees siempre con buenos ojos!
Eliminar:-)
Mola ese salto hecho palabras con toque aSabinado!!!!!!!!
ResponderEliminar;-)
EliminarVery Good McBauman very good :-)
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