El día en que le conocí seguro que era fiesta. En aquella época Tomás, Don Tomás,y un servidor acudíamos a las vetustas aulas de Fonseca, en la Universidad de Salamanca (o al bar adyacente) y nos esforzábamos con ahínco por aprender reales decretos, leyes, reglamentos y costumbres. Él, además, se empecinaba en entenderlos y eso le convirtió pronto en uno de los mejores. El cuentakilómetros de su vespa echaba humo en aquellos años. Era obligatorio sonreír al verle. Cuando había que salir con fines de galanteo a flirtear con alguna dama, cuando había que tomar otra última copa, cuando había que tocar “la flauta de Bartolo”, cuando tocaba prestar un hombro o unos apuntes, él siempre estaba dispuesto. Y precisamente fueron los márgenes inexistentes de unos apuntes de derecho procesal los que nos unieron para siempre. Allí íbamos apuntando a dónde iríamos de viaje, de vacaciones, de fin de semana, sobre dos ruedas casi siempre (aunque fuera pedaleando).
Años más tarde, cuando compré mi primera moto, él adquirió otra igual para poder seguir saliendo juntos a la carretera; y después las cambiamos por unas “de las grandes”, para que no se nos resistiera ningún destino, ningún sueño. Ahora vive temeroso por si se me ocurre comprar un camión, un barco o un avión.
A lo largo de todos estos kilómetros me ha quedado claro que cuando se trata de afrontar carreteras con un compañero de viaje él, es uno de los mejores. Yo sólo me tengo que preocupar de tener una idea más o menos loca. Él añade su punto de cordura y amolda la idea a la realidad. O no. Si hay que poner límite a una jornada maratoniana, él sabe; si hay que buscar un hotel en condiciones, él lo encuentra; si necesitamos un restaurante, él lo conoce; si hay que interpretar un cruce o un mapa, él lo hace. Viajar con él no tiene mucho mérito. Pero yo me apunto.
Además de su elegancia manejando motocicletas, está su buen gusto al elegir las prendas que utiliza para viajar y combinarlas, aunque le cueste un quintal si alguna vez engorda o adelgaza y se le ofrece alguna arruga; aunque alguna loca conductora le confunda con un guardia civil; aunque algún graciosillo le llame “Papá Pitufo”. Él conjuga los colores de moto y accesorios hasta que el conjunto es realmente armonioso. Y cuando se ve la foto de un grupo de motos y moteros, luciendo sisa, él es uno de los mejores.
En una ocasión nos habíamos concentrado moteros de toda España en un pueblecito de Picos de Europa, Belmonte de Miranda, con la idea de visitar catorce puertos, a la sazón siete de montaña y siete marineros, que finalmente fueron bastantes más. Por allí, entre motos más grandes que la suya, Tomás disfrutaba trazando las curvas con tiralíneas, como si no costara mover la moto de un lado para otro durante tanto tiempo y a un ritmo tan elevado. Llegó un momento en el que otro miembro del grupo se tuvo que quedar rezagado. Tomás, sin dudarlo un ápice, aflojó el ritmo e hizo el resto de la jornada acompañándole, haciendo alarde de compañerismo, sin importarle que los demás siguiéramos buscando curva tras curva con la urgencia de quien cree que las van a quitar de un momento a otro. Por la noche, durante la cena, dos contertulios comentaban que el del casco rojo pilotaba que daba gusto intentar seguirle y alababan su muestra de solidaridad.
Cuando se percataron de que les escuchaba me preguntaron:
-Tomás, el del casco rojo, ¿es amigo tuyo?
– ¡Oh!, contesté, es uno de los mejores.
Quién fuera Tomás, seguro que se sonroja al leerte y no entiende de que estás hablando, porque seguro que no es consciente de lo bien que combina sus ropajes y por supuesto sus destrezas con su solidaridad, es verdad que quien tiene un amigo tiene un tesoro y vosotros dos sois oro puro!
ResponderEliminarHa sido vecino tuyo muchos años... seguro que algo se os ha pegado a uno del otro ;-)
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