Algún día, tendré que volver a la casa de Karen Blixen…
Aquel año, al regresar de
Islandia, decidí seguir ruta por Noruega y Suecia hasta que me aburrí de tirar
hacia el norte y di media vuelta.
A la altura de Copenhague, de lo
que estaba aburrido era de los cafés nórdicos, tan largos y aguachinaos. Así
que lancé una queja por Facebook implorando un cortadito, un cortadito, solo
quiero un cortadito, como los que a mí me gustan.
Contra todo pronóstico mi queja
tuvo respuesta: Eddy, a quien aún no conocía en persona, estaba viviendo en
Dinamarca, así que, sin pensarlo dos veces se prestó a invitarme a un café
cortado en un marco incomparable.
Después de un muy buen rato
escuchando mil relatos daneses, cuando nos íbamos a despedir, Eddy señaló un
árbol, un gran árbol, que sobresalía por detrás del tejado de una mansión.
-Allí vivió Karen Blixen (autora de
la novela autobiográfica “Memorias de África”) y junto a aquel árbol está
enterrada. Yo me tengo que ir, pero puedes acercarte y visitar la casa.
Así que después de un cálido
abrazo y desearnos un próximo reencuentro me dirigí a la mansión.
No tuve problema en aparcar la
moto junto al impresionante jardín y directamente me adentré en un paseo entre
todo tipo de flores, árboles y charcas.
Puse en mis auriculares la maravillosa
banda sonora de la versión cinematográfica que inspiraba mi visita, compuesta
por John Barry y di rienda suelta a mi imaginación.
A pesar de los intentos, no
lograba encontrar el hermoso árbol que desde lejos se divisaba tan fácilmente,
así que, ayudado por el wifi libre que había en semejante casoplón, intenté
buscar algo en internet. No lo encontré, pero daba igual.
Dejé que la sensación de estar
allí y en aquel momento impregnara todos mis sentidos… entre olores de
nenúfares me daba la impresión de estar viendo a Karen llorando su amor a
Robert Redford, digo por Finch Hatton.
Poco me importó no encontrar la
tumba. Convencido de que aquel lugar era totalmente mágico entré en la casa e
hice un par de fotos mientras mi emoción seguía creciendo.
Al cabo de un rato se acercó una
señora ofreciéndome su ayuda. Debía tratarse, sin duda, de alguna nieta o bisnieta
de la célebre escritora así que la miré, emocionado, y con los ojos vidriosos
le di las gracias. Alguna foto más y me iría dejándola tranquila, tal vez
cuidando los nenúfares.
Pero ella, sin perder su sonrisa
replicó que con toda seguridad, esa foto que tanto me interesaba, estaba en la
casa colindante o en su jardín, pues, efectivamente, era la mansión de los
vecinos la que estaba junto a un árbol que daba sombra a una tumba, era allí
donde se habrían secado las lágrimas de amor o de desamor, era allí donde
deberían permanecer los aromas de los cafetales africanos…
Así que, avergonzado por el
error, fui al otro edificio, vi el árbol, la tumba y los souvenirs para los
turistas que acertaran con la casa…
Pero ni aromas, ni lágrimas, ni
magia…
Por eso, te decía, que algún día
tengo que ir a la casa de Karen Blixen…
Tal vez salga hacia allí mañana.
Sí, mañana mismo.