Cuando un amigo te propone acudir al restaurante regentado por los Arzak en San Sebastián, para degustar platos y vinos, hacer unas fotos y escribir unas líneas uno piensa: éste tío sabe organizar un plan.
Cuando uno decide ir hasta la Bella Easo trazando curvas por el litoral, hermoso litoral, guipuzcoano uno piensa: éste lugar es un privilegio.
Cuando a uno le invitan a saborear las mejores ostras de los mejores rincones de la costa francesa en el “Kata.4” donostiarra, bañadas con extraordinarios caldos, uno piensa: es mi día de suerte.
Cuando uno aparca su moto en la puerta del Arzak, uno sonríe y piensa: ¡porque yo lo valgo!
Cuando uno es recibido, junto a sus amigos, por la mejor cocinera del mundo uno no piensa, pero besa y se retrata.
Cuando José Manuel Hernández y Mariano Rodríguez, los afamados sumilleres de Arzak, improvisan una visita guiada por los entresijos de la antigua taberna, llegando a las bodegas que esconden más de diez mil botellas (yo no las conté, pero había muchas) de cualquier lugar del planeta; pasando por el laboratorio (qué ideas habrán nacido entre esas cuatro paredes); curioseando al “Banco de Sabores”, que contiene más de mil productos e ingredientes con los que investigar y seguir creando; adentrándonos en la cocina, mientras trabajaban más de treinta cocineros... cuanto todo esto pasa, te decía, uno piensa: que no me pellizquen, por si acaso.
Cuando uno se sienta a la mesa y comparte con sus amigos el pequeño milagro que nace de los fogones del restaurante Arzak, a base de cariño, de mucho cariño, uno sonríe y piensa: ¡qué bien estamos!
Cuando uno se despide de tan simpático lugar y da un paseo por la Concha, con ese equilibrio existencial que únicamente se produce cuando se contemplan las estrellas del firmamento mientras se escucha las olas del mar, uno piensa: Tal vez, solo tal vez, una jornada tan maravillosa sólo exista en los sueños... tal vez...