Los cocodrilos, cuando se van a zampar la merienda, lloran.
Hay científicos mundiales que aseguran que no lo hacen por
una pena muy triste al devorarse a su presa, sino para mantener húmedos sus
ojos fuera del agua.
Yo, que nunca he tenido un cocodrilo en mi vida en este
planeta, no lo tengo tan claro, pero tampoco me voy a poner a discutir ahora.
La semana pasada me separé de la Sestriona, sin duda, la
mejor moto que he tenido nunca. La más potente, veloz, fina y bonita. Tan, tan,
tan buena era y hacía todo tan bien, que no consiguió enamorarme…
A mí me gusta más ir despeinado por la vida. Se siente.
Así las cosas, cuando la estaba acicalando para despedirme
de ella, florecía en mí algo de pena… aunque realmente estaba muy contento.
Y mirando las gotas de agua depositadas sobre su escudo, me
acordé de las lágrimas de cocodrilo.
Hace unas horas me he despedido de Áuryn. Mi mejor
Adventure. Hasta la fecha. Al menos ha sido la única de las tres que no ha
intentado matarme.
Pero el tiempo no pasa en vano y 128.000 kms… se terminan
notando.
Siempre la recordaré levantando polvo volcánico en Islandia,
presumiendo chula en Moscú, viendo amaneceres en Noirmoutier, llorando en
Auschwitz o contemplando bellos atardeceres en Malta.
Y con ella han ido las vetustas maletas decoradas con más de
50 banderas… Toda Europa. Toda Europa… se dice pronto.
A dos de las mujeres que más quiero en este mundo, se les
escapó una lagrimita al despedirse de Áuryn.
Aunque han terminado sonriendo.
Es azul.
Como el mar más hermoso que haya visto nunca.
Fuerte, gigante, violenta… ruge como algunas olas que vagan
errantes por el mar despidiendo columnas de gotas al cielo. O de lágrimas.
Tan rápida, tan gigante, tan musculosa, tan azul… tan
hermosa.
En los países nórdicos las llaman “billow”.
Es por eso.