Si
yo tuviera un amigo en Dinamarca, tendría que llamarse Eddy.
Eddy,
el vikingo. Claro.
Pero
no te confundas, mi amigo Eddy (el vikingo) no sería un vikingo cualquiera…
Sería un espía al servicio de la reina en los duros y gélidos inviernos
daneses. Pero un espía bueno. Así que para que tú no te enterases, durante el
día se dedicaría a hacer fotos a las manzanas. Sí, eso. Así nunca levantaría
sospechas.
Después
de sobrevivir a todo tipo de tiroteos, bombas y atentados, durante todas las
noches del gélido invierno, acudiría puntual al Ballet de Copenhague.
Cuestiones de estilo y de corazón, para qué te voy a mentir. Llegaría con su
negra capa, impoluta, y su media sonrisa, tarareando “mi casita de papel”. Para
no levantar sospechas, ya te digo.
Mi
amigo Eddy, el vikingo, el fotógrafo de manzanas y el espía, sería muy conocido
entre bambalinas. Así que pronto, te aviso, todas las artistas, las
aristócratas e incluso, algunas putas, querrían que el fotógrafo de manzanas
retratara sus peras. Y él, con su media sonrisa, las llevaría a unos sitios súper
recónditos para desvestirlas bastante con sedas y despojarlas de colores y
conseguiría, magistralmente, desde su visor, lo más hermoso de las hermosas
señoritas, de su alegría, de su tristeza, de su mirada, de sus hombros, de sus
pechos, de sus piernas… de su belleza…
Ya
de madrugada, mi amigo Eddy, el vikingo, el fotógrafo y el espía, regresaría a
casa y se encontraría, en más de una ocasión, con sus manzanas mordidas… pero
nunca le importaría… ¡eso, nunca le importaría! así que se iría hasta el puerto
y al son de mástiles y banderas degustaría el mejor café de toda la Escandinavia
entera.
Y
tendría una pequeña hija pequeña a la que contaría historias maravillosas de
cuando la vecina Karen estuvo en el África, de cuando William se planteaba ser o
no ser…
Sí,
sí, decidido.
Si
yo tuviera un amigo en Dinamarca, tendría que llamarse Eddy.
Eddy,
el vikingo. Claro.