Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

jueves, 6 de julio de 2017

Las tazas de los Viajes

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La primera taza que recuerdo haber comprado en algún viaje, fue en Estambul. 
Era un viaje soñado más de una vez… y con los sueños, a veces, ya se sabe. En esa taza había recuerdos de mi paseo por Mónaco, de la costa amalfitana, de la dálmata y del Peloponeso.
Un viaje perfecto.

Con el tiempo se fueron sucediendo los sueños, los viajes y las tazas. 
Y llegó el momento de irme a Azerbaiyán. El plan era sencillo, hasta Estambul del tirón y, ya en Asia, me iría dejando empapar del viaje.
La aburridísima autopista que me llevó hasta la costa azul fue suficiente para darme cuenta de que el plan necesitaba algunas ligeras variaciones estratégicas: no podía ser que lo que años atrás fue un viaje soñado ahora fuera un mero trámite. Me negaba a pasar cerca del Mont Ventoux y no tocar la cima, me negaba a pasar cerca de San Boldo y no ver los túneles, me negaba a pasar cerca de Sibenik y no hacer una visita.
Así que, con mi nuevo plan, entré tan contento en el primer hotel del viaje, en Francia. Me atendió en castellano una jovencita que lo estaba estudiando, así que convenimos fácilmente el precio sin aquel desayuno tan caro y me sorprendí cuando me dijo que allí era obligatoria una taza de la población, por un euro veinte.
Me pareció barata, así que acepté encantado… hasta que me di cuenta de que todo aquello era muy extraño…
-¿Puedo ver la taza?- pregunté. 
-No, no, hay que pagarla pero no la puedes ver- contestó.
-¿Pero a los clientes les suele gustar?- seguí preguntado. 
-No mucho- siguió contestando.
Entonces decidí no aceptarla. Aquí coleccionamos tazas chulas, pensé. 
Pero no me dejó. La taza, en aquel pueblo francés, era obligatoria.
Cansado como estaba y convencido de que el euro y pico no iba a desbaratar el presupuesto de mis vacaciones pagué, pregunté por mi nueva compra y me sorprendí cuando me dijo que la taza estaba incluida al final de la factura. 
Cuando vi mi taza, allí impresa, empecé a reírme a carcajada limpia.
-Señorita, ¡¡¡TA-SA!!! ¡¡¡TA-SA!!! ¡Esto no es una taza del pueblo sino una tasa municipal!
Y partiéndome de risa, me retiré a mis aposentos pensando en cuántas veces, en la barra de algún pub inglés, habré pedido un oso bien fresquito.




(Publicado en Motoviajeros.net en mayo de 2017)



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