Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

martes, 8 de agosto de 2017

Doscientos gramos

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La consistencia es la consistencia.

En Japón, me enfrentaba al tema culinario sin ningún tipo de temor. Me encanta la comida japonesa, al menos la de los restaurantes japoneses españoles. Ahora habría que ver qué sucedía con la comida japonesa de los restaurantes japoneses de Japón.
Pero como a mí me gusta comer de todo; es más, a mí me gusta probar de todo, estaba tan contento.



Y así, día tras día, en restaurantes (japoneses), en centros comerciales, en puestos callejeros, en hoteles, en los 7 eleven o donde tocara llenar el buche, sentía el desafío gastronómico nipón, sin darme mucha importancia, todo sea dicho.
Iban transcurriendo los platos de arroz, de soja, de tempura, sushi, fritanga de calamares… de carne de Kobe también, de fideos nipones también, de kareraisu, de natto… y montones de dorayakis que me volvían loco… 




Pero un día, cuando me sirvieron la comida, cogí los palillos y me sentí triste. La comida estaba siendo exquisita, no había renunciado a comer ningún plato pero… todo está muy suelto en el plato, todo se presenta demasiado troceado en Japón, en pedacitos… y la consistencia es la consistencia. Yo empezaba a sentir la necesidad de comer algo más sólido, sentía la llamada del cuchillo y tenedor, necesitaba mirar frente a frente a un pedazo grande de pescado o carne.




Una noche, en las cabañas de Wada (un ilustre y muy humilde motero japonés) nos invitó a cenar a Yuki y a mí. La velada, escuchando mil historias de viajes japoneses mientras observaba cómo la luna llena jugaba con la silueta del monte Fuji, estaba siendo de las que probablemente recuerde durante muchos años. Entonces, mis contertulios se interesaron por mi opinión sobre la comida nipona. -Vamos a llevarnos bien- contesté- la consistencia es la consistencia y en los fogones nipones, de eso hay poco.
Se rieron porque ellos conocían perfectamente la solución a mis problemas. Hay una cadena de restaurantes, cuyo nombre he conseguido olvidar, que pueden preparar carne de cualquier tamaño, de cualquier peso. Basta con elegir de entre la carne de su extensa carta y no hay problema en disfrutar platos de hasta doscientos gramos de carne… ¡¡¡DOSCIENTOS GRAMOS!!!


Por mis mejillas cayeron varias lágrimas bastante de repente. Algunas por las carcajadas que se me escaparon, otras porque me acordaba de los txuletones de kilo que comemos por mi tierra, con hueso, claro; con cuchillo de sierra, por descontado; con consistencia, por supuesto.




(Publicado en Motoviajeros.net en julio de 2017)

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