Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

miércoles, 13 de julio de 2016

La montaña maldita









El Mont Ventoux es una montaña maldita, como si no fuera de este mundo.

Estoy convencido de que es un pedacito de luna que un día se estrelló en la tierra, aunque hay quien sostenga que su aspecto lunar se debe al increíble mistral que sopla en su cima, impidiendo que crezca ni pizca de vegetación.

Reafirmando mi teoría, no hay quien crea lo que los geólogos defienden: que forma parte de los Alpes… ¡pero si no hay ninguna otra montaña de altura en muchísimos kilómetros a la redonda!
La han dejado sola, porque no es de este mundo.









Mañana, 14 de julio, llega el pelotón del Tour de Francia hasta la cima del Mont Ventoux. Pero justo hoy, hace 49 años de que el campeonísimo británico Tom Simpson falleciera a menos de un kilómetro de la cima.

Yo tenía mucho interés en ver el monolito que descansa en su memoria en aquel punto, por eso aparqué mi moto abstrayéndome de las decenas y decenas de ciclistas que subían y bajaban, ignorando el imponente viento.
Allí, tan cerca de la meta, tan cerca de la cima de aquel pedazo de luna, me parecía escuchar la voz de Simpson suplicando sus últimas palabras: “¡Subidme a la bicicleta! ¡Subidme a la bicicleta!”.
Junto al monolito observo un montón de bidones de bici, de gorras, de flores y de recuerdos en memoria de quien fuera campeón del mundo y medallista olímpico.
En una esquina, sus hijas le dedican una placa. “No hay montaña lo suficientemente alta…”

Hace 49 años, en los bolsillos de su maillot encontraron varios botes de anfetaminas. Uno de ellos vacío. 
Hace 48 años, comenzaron a practicarse los controles antidoping en el Tour.


Cuando el sonido de mi moto volvió a sonar entre decenas de ciclistas, cuando volví a notar el mistral golpeando mi casco, había dos frases que bombardeaban mi cabeza:
“Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…” “Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…” “Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…”

Tengo la sensación de que no entiendo nada.

Y abandoné aquel pedacito de luna convencido de que simplemente, en ocasiones, a pesar de lo romántico de la cosa, hay estrellas que se estrellan.





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