Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El Corazón de la Montaña



Pasamos frío y calor. Aguantamos tormentas de lluvia y de nieve. Recorrimos kilómetros y kilómetros tumbados por el viento lateral. Vimos lagos helados, niños jugando con trineos, pueblos comunicados por pistas de esquí de travesía. Cruzamos diez fronteras en diez días. Dormimos en buenos hoteles y en otros no tan buenos. ¿Solos?,¿acompañados? Comimos queso y chocolate. Bebimos pintas y más pintas. De cerveza y cerveza. Nosotros, hemos estado diez días en Suiza y en los países limítrofes. Hemos subido montañas, más altas que las nubes, hasta tocar el cielo y las estrellas. Hemos tenido que renunciar a otras cumbres emprendiendo la vuelta por donde había intentado subir e incluso hemos cruzado alguna montaña nevada por su interior más profundo…




Aquel día a primera hora mi amigo Juan Manuel Tejedor y un servidor, abandonábamos la Saboya francesa desde la que ya se divisaba el majestuoso Mont Blanc, la cumbre más alta de Europa con sus 4.810 metros de altura. El cielo estaba despejado pero los campos que cruzábamos estaban nevados. Primero un poco de nieve. Luego mucha nieve. Reinaba un silencio estremecedor. En el valle apenas se escuchaban los rugidos de nuestras dos motos. Comenzamos a subir el Col de la Forclaz de 1526 metros. Nunca pasará a la historia por ser el que más en nada pero nos resultó extremadamente bello. Será porque la nieve en sus laderas se acumulaba hasta más arriba de nuestras cabezas… será porque a través de él cruzamos la frontera suiza por primera vez en este viaje… será porque a través de él desembocamos en el valle del Rhone… será porque ¿qué más se necesita en esta vida que dos amigos, dos motos, mil puertos en el horizonte y un depósito lleno de combustible?
Llegamos a Martigny. Y lo cruzamos. Llegamos a Sion. Y la dejamos atrás. Llegamos hasta Brig, y la vimos: una señal nos anuncia tres puertos de montaña cerrados: el maravilloso Nufenenpass, el extraordinario Grimselpass y el espectacular Furkapass.
No tendría nada de especial si no fuera porque son las tres únicas salidas que tiene el valle. No hay más. Convocamos una reunión de emergencia y unánimemente decidimos seguir. Ya se nos ocurrirá algo. Después de todo los suizos son más famosos por hacer relojes que por los carteles de “puerto cerrado”. Poco después de Münster aparece el cruce del Nufenenpass: ni lo intentamos. Lo mismo sucede con el Grimselpass. Así que seguimos ascendiendo por la única vía que nos queda. Hasta que deja de quedarnos esta vía. Hablando de vías, aparcamos las motos, desolados, junto a una estación de tren. Concluimos buscar alojamiento en las nevados alrededores y el día siguiente volver por el mismo camino, derrotados por la nieve. Se acerca un señor tan simpático como alto, con sus esquís al hombro y su señora de la mano. Nos pregunta que si somos italianos. No. ¡Ah, españoles!. Nos explica que él también tiene moto, pero no en invierno. Le comentamos nuestras penas, tenemos motos en invierno pero no carretera en los Alpes… y el tío, sonriente a más no poder nos sugiere vencer el Furkapass subiendo nuestras motos a un vagón del tren que, a través de un túnel tan largo como oscuro, nos dejará casi en Andermatt, en la otra vertiente del Furka.
Nos despedimos de él jurándole gratitud eterna.



Y ese fue el día en el que ascendimos una hermosa montaña, no pudimos ni intentar trepar o escalar otras dos y la última la atravesamos por su tenebroso corazón. O quizás fuera al revés y el Furkapass nos atravesara el corazón a nosotros.
Seguramente fuera así. Sí.



1 comentario:

  1. Vaya pareja,que envidia me dais pero cualquiera os sigue,yo no aguanto mas de 100Km sin parar.Un abrazo.

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