Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 4 de abril de 2009

La Muchacha de Mirada Triste









Los ojos más bonitos que he visto nunca trabajaban conmigo hasta hace no demasiado. Después se fueron. Me tenía que haber dado cuenta antes de que aquellos preciosos ojos tenían, desde hace algún tiempo, la mirada triste; pero no lo hice, me lo tuvieron que decir.
Aquella mañana nos levantamos en Bellinzona, en el cantón suizo del Ticino. Se encuentra en un valle que era obligado paso entre Suiza y el ducado de Milán y por eso estaba duramente fortificada, contando con tres castillos, Castelgrande, Montebello y Sasso Corbaro, cada uno más arriba que el anterior sobre la montaña alpina, que son actualmente Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.




El día estaba gris, muy nublado, oscuro, triste… sin embargo nosotros estábamos alegres. Uno no tiene ocasión de despertarse todos los días en Suiza. Emprendimos rumbo sur, hacia Italia a la que accedimos a orillas del hermoso Lago Maggiore, no sin antes tener que aguantar un cacheo en la frontera que no venía a cuento, pienso yo. Disfrutamos mucho, muchísimo, viajando por la carretera dibujada entre el lago y las montañas, y casi sin darnos cuenta, sin haberlo previsto, llegamos hasta Milán, ciudad mucho más bonita de lo que la gente pueda imaginar. Después de hacer un poco el turista por el centro milanés nos fuimos a pasar la noche a Verona, preciosa ciudad en la que William Shakespeare situó a Romeo y Julieta.







La ciudad entera está empapada por la historia de los dos enamorados y paseando por sus calles el viajero puede imaginar a las dos familias luchando mientras los amantes, se amaban. Pero Verona, a donde acostumbraba a ir a descansar Julio Cesar, ofrece mucho más que esta historia al visitante: es espectacular cómo se mantiene el anfiteatro romano ante el inexorable paso de los siglos, impresiona el ambiente que se vive en la Plaza Delle Erbe, con sus terrazas y sus puestos “de todo”, es original la Universidad con su edificio “a rayas”.





Pero fue inevitable encontrarla. Vimos un arco en una calle cualquiera. En sus muros había más de mil pintadas de amantes y novios que inmortalizaban su amor plasmando mensajes de colores. Entramos y, al final del patio, bajo su famoso balcón, se alza una estatua de bronce dedicada a Julieta. Al acercarnos me di cuenta de que Julieta tenía la mirada triste, consecuencia de su desdichada historia… y me acordé de los ojos más bonitos que he visto nunca.
Cuando nos fuimos de tan peculiar lugar para volver a las motos, me giré para mirar a Julieta una vez más y me pareció que, a pesar de su tristeza, sonreía…
¡Ojalá!






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